
Aquello que supuestamente le faltaba, cualquier cosa que fuera, podía hacer que ese hombre, un maestro de canto de renombre, no lo aceptara como alumno. Sabía que tenía pocos y esa audición era una especie de prueba de admisión.
-Por favor empiece otra vez– dijo, y se preparó a acompañarlo nuevamente con el piano, colocándose los anteojos, tratando de enfocar la partitura. Él comenzó a cantar.
“Lejana tierra mía bajo tu cielo, bajo tu cielo, quiero morirme un día con tu consuelo, con tu consuelo. Y oír el canto de oro de tus campanas que siempre añoro; no sé si al contemplarte, al regresar… sabré reír o llorar...”
El maestro dejó de tocar antes de comenzar la estrofa siguiente, había entornado los ojos en una mezcla de curiosidad y una vaga satisfacción pero dijo -Zorzalito. Así lo llaman a usted… Julio ¿Verdad?
-Si… Pero nunca quise que me compararan con…
-¿Qué cree que pensaba ese hombre cuando cantaba esto? ¿Conoce usted los orígenes de Le Pera, autor de la letra? -además agregó- ¿Y los de usted?
Le había dicho “ese hombre” a Gardel. Que le faltaba pasión además. Nunca había pensado en eso ni se lo habían dicho. No sabía si lamentarse por una cosa, la otra o por ambas.
El maestro hablaba pausado, como midiendo las reacciones de su interlocutor -Dígame, por ejemplo ¿Qué pasaba por su mente cuando cantaba?
-Eh… La dicción y en el efecto del cambio de la ene por la erre…
-Tonterías. ¿Usted quiere cantar de verdad o se conforma con ser un intérprete?
-La dicción en el caso de esta canción creo que es importante.
-¿Solamente eso ve como importante? –dijo levantándose del taburete y rodeando el piano. Entornó el postigo de uno de los enormes ventanales del antiguo departamento estilo francés de principios del siglo veinte que daban al Parque Lezama, en esa tarde que comenzaba a irse entre las copas de los árboles de aquel lugar de Buenos Aires. La gran sala de estar llena de libros, se asemejaba a un lugar dedicado a la música, al canto. El piano de media cola ocupaba el centro del recinto, como si fuera un altar en donde evidentemente el profesor ocupaba un rango sacerdotal. El sol amarillo ya no partía en dos el piano como hasta hacía unos momentos.
El maestro tomó un diapasón de alguno de los incontables estantes. El sonido del instrumento tal vez fuera el de un La sostenido. -Si, probablemente- pensó Julio.
-¿Qué escucha usted? Además del La sostenido, claro- dijo el profesor.
Pensó en qué responder, tratando de encontrar algo más en esa nota metálica que aún resonaba en su cabeza con un sonido hueco, sin alma…
-No puedo escuchar nada más…- dijo, luego de meditarlo unos segundos.
-Exacto. No hay nada más y así parece oírse de lo que canta usted. Pero supongo que sabe distinguir entre esa nota y la canción que acaba de interpretar.
El hombre pareció ir levantando la voz -¡Es una canción sobre inmigrantes! ¡Desarraigo, pena, soledad!, ¡No se puede interpretar “Lejana tierra mía” como si lo estuviera haciendo mientras se afeita!
Usted tiene apellido gallego ¿No ha escuchado historias familiares? ¿Nada?
-Mis abuelos eran de Pontevedra. Si, recuerdo algunas cosas, pero él ya murió y mi abuela con Alzheimer no…
-A él le interesaría que usted recordara algo de lo que le contó y a ella en este momento le importará poco lo que usted haga. Me voy a buscar algo de café. Todo esto me da sueño. Por cierto, no le ofrezco, podría perjudicar aún más lo que canta.
Ese tipo era verdaderamente un cabrón. No mostró el más mínimo sentido de respeto hacia los abuelos. Julio pensó que la gente que enseñaba música tendría una cierta…
-Ah, cuando vuelva vamos a probar por última vez, como para que no se vaya de aquí pensando que soy un cabrón o algo así.
-Y además lee la mente. Si, es un cabrón y debería irme ya mismo.
El profesor se tardó más de la cuenta en preparar su café. Apareció como diez minutos después. Diez largos minutos.
Julio se había asomado a la ventana mirando el horizonte, pero pudo ver más allá también.
-Quiere probar otra vez o lo dejamos para otro día, dijo el maestro con un jarro de café humeante en las manos. Tardé porque mi mujer hace el café como si ella lo hubiera inventado y se toma su tiempo.
-Por favor, empiece por la segunda estrofa –dijo Julio con mucha calma. El profesor oyó con atención.
“Silencio de mi aldea que sólo quiebra la serenata de un ardiente Romeo bajo una dulce luna de plata. En un balcón florido se oye el murmullo de un juramento que la brisa llevó con el rumor… de otras cuitas de amor…”
El maestro dejó de tocar y cerró la tapa del piano. Se quedó mirándolo, parecía sonriente y con la mirada luminosa, como si esperara una respuesta. Al ver que no obtenía lo que esperaba dijo
-¿Bueno dónde está?
-¿Qué cosa?
- La inspiración hombre. ¿Cuál fue?
-Rías Baixas, Pontevedra.
-Ah. Los abuelos.
-Si.
-Alma. Pasión. Eso le faltaba y lo tiene. Puede volver la semana que viene.
Nota: La canción de Gardel y Le Pera “Lejana tierra mía” la pueden ver y escuchar aquí. Vale la pena, para los que les guste Gardel.
9 comentarios:
Vill, muy bueno.
Y hay un sentimiento subyacente de melancolìa que le viene muy bien.
El tema de los abuelos de Pontevedra, con el abuelo muerto, y la abuela con Alzheimer, e justamente mi caso!! (aunque la abuela ya falleciò)
Un hallazgo
Saludos
SIEMPRE ES BUENO LEERTE...AUNQUE NO TE COMENTE, ME ENCANTÓ.
PASÁ POR ALLA Y DECIME QUE TE PARECE
Vill, tengo que ser brutalmente honesta... el cuento es casi casi como el mismísimo alumno del cuento. La progresión narrativa pasa de un interés moderado, a inflamar de a poquito al lector. Y termina conmoviendo.
Excelente progresión, realmente me dejaste muy contenta con esta historia!
Saludos...
Sin pasión ni sentimiento, cómo se puede cantar un tema así? A la fuerza de muchas palabras se impone una interpretación hecha con el corazón, o el estómago. En literatura el lector impone la suya, pero en música el intérprete tiene que conmover. Qué listo era el profesor que apeló a la memoria del muchacho.
Un buen relato Vill
Me tocó de cerca...
Mi abuelo ya no está. Mi abuela sí (gracias a Dios sin Alzheimer ni nada de gravedad), con sus 88 recién cumplidos. Oriunda de Finisterre allá en La Coruña.
Gardel es incontestable. La versión que de este tango canción hacía Hugo del Carril no estaba exenta de sentimiento (la recomiendo).
Saludos,
Rapote
Hola Vill!
Realmente atrapante.
Usted canta?
Yo le pongo pasión y sentimiento cuando bailo tango. También le agrego una pizca de sensualidad, por qué no?
Le dejo un abrazo cordillerano perfumado de jazmín y malbec.
BACI, STEKI.
Hola Vill
No existe buen canto si no se le pone pasión. En la literatura es igual, los escritos desapasionados se sienten y sufren.
No es tu caso.
Besos
De pequeño quise cantar pero el cura me echó fuera de clase. Ahora lo intento cuando me ducho y me conformo con leer la vida de otros, como la del personaje del cuento.
Me gustó Vill, que buen oido tienes.
Chau, chau.
Gaucho: Si efectivamente hay melancolía que viene indefectiblemente si escuchás el tema ese de Gardel.
Cassandra: Gracias por lo que decís. Escribir con feedback de público es un lujo que no se puede desaprovechar.
Ichiara: Coincido que sin pasión no se puede cantar, pero me parece que el dinerillo imita bastante bien la pasión pero se nota.
Rapo: Si es así. Si no se pone la piel de gallina es porque tal vez los antepasados no sean inmigrantes.
Steki: Si, canto igual que makiavelo: mi público son los azulejos del baño. Me decían antes que tenía buen oído. si hiciera todas las cosas que les hago hacer a los personajes sería un superhombre o algo así (en algunos casos, un supermonstruo)
Apa: trato siempre, aunque a veces no se note.
Makiavelo: olvidate del pasado y empezá a cantar ya, si te gusta.
Gracias a todos por comentar, (a vos tambien IIluso). Valoro mucho sus líneas.
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