
El día anterior a embarcar, todo había girado en torno a una foto que Bridget, una inglesa de ojos verdes y tal vez algo rolliza para los cánones rioplatenses, había querido darle y que había rechazado. La imagen la mostraba en la puerta de la tabaquería de sus padres. El castaño de su pelo parecía pelirrojo al ser atravesado por el sol esquivo de aquella ciudad.
Había rechazado la foto con el argumento de que no le gustaban. Cada vez que miraba una no percibía la alegría, el frío, ni la pena tal vez oculta tras una cara aparentemente apacible. Lo que ocurría realmente en el momento exacto en que la película capturaba esos fortuitos rayos de luz, decía él, no estaba presente.
Sin creerle del todo, ella había buscado en los bolsillos interiores del gabán que llevaba puesto como ahora, para ver si en llevaba la foto de algún familiar o de otra mujer y desmentir aquella idea. El recordaba incluso la sensación de plácida desnudez que le había producido que lo palpara, allí sentados como estaban en un Pub con poca luz y olor a humo de cigarrillos baratos.
Su cara barbada había sonreído por la cálida proximidad que ella le había provocado con esa espontánea revisión, pero enseguida apartó una idea de su mente.
Toda esa charla respecto de las fotos había sido una excusa. Poseer esa imagen era recordarla más de lo que estaba dispuesto a aceptar hasta ese momento.
Ya tenía treinta y cinco años y sabía que había llegado el tiempo de establecerse en algún lado. Ser marino mercante pasando tres meses en Buenos Aires y el resto del año vaya a saber dónde, había contribuido a que no tuviera prácticamente a nadie que lo esperara de la manera que ahora echaba en falta, aunque a veces lo negara.
Había prometido amores, regalado anillos, incluso una vez había elegido iglesia en varios puertos. Por supuesto que nada se había concretado.
Por eso había tenido que abandonar la ruta del Mediterráneo y pasarse a la del Atlántico Norte y ahí es cuando apareció Bridget.
En un principio, trato de evitar los bares del puerto para no repetir historias, pero a ella la había conocido comprando tabaco en un negocio de King Street.
El viento transversal que había empezado a soplar, hacía que el barco se moviera un poco, como arrastrándose pesadamente sobre el mar indeterminadamente grisáceo.
Nunca se habían prometido nada. Pero ella siempre parecía haberlo esperado al volver su barco a puerto. Por eso el rechazo de aquella foto de una inglesa de ojos verdes, que quería una casa e hijos.
Ya no quería estar solo. Dejaría el mar. Abrochó su gabán y subió el cuello que se confundió con la barba.
Si se lo propusiera, probablemente Bridget vendría con él a Buenos Aires. El aceptaría aquel empleo en la Naviera y buscaría algún lugar más grande para vivir.
¿Pero en qué estaba pensando? Había evitado la foto para no recordarla y ahora la estaba evocando casi involuntariamente.
El viento sopló más fuerte, las manos comenzaron a enfriársele y las introdujo en los bolsillos del abrigo. La derecha tocó algo y lo sacó. Era una postal de Liverpool, de King Street, que reproducía una pintura al estilo de los artistas parisinos de Montmartre. La miró con detenimiento. La dio vuelta. Estaba fechada el 6 de septiembre de 1962, el día en que se habían despedido en el muelle. Tenía escrita una breve frase con letra de ella y decía “Para que no te olvides de Liverpool”.
Miró al horizonte y al cielo sobre él, donde ya habían comenzado a asomarse algunas estrellas pálidas.
Finalmente, pensó en que ya no podía hacer otros planes.
10 comentarios:
Las fotos son lindas, pero son el registro de lo que ya fue.
Quizás no aceptando la foto de Bridget canceló la única forma que tenía de dejarla en el pasado, no?
Muy buen cuento. Cuando el recuerdo insiste, cuando se hace recurrente, es bueno empezar a hacer planes. Me gustó.
Un saludo.
Muy bueno Vill. Que sentimiento de pèrdida vana, no?
(Para evitar los recuerdos, recomiendo el cabernet.)
(El Malbeck es para ponerse belicoso)
Saludos
Hacer planes para olvidar, buena idea.Acompañada de una copita mucho mejor.
Pero sólo una, y disfrutarla despacito, porque la mente debe estar despierta para recibir lo nuevo.
¡Ah! Yo sigo el consejo de Angelillo:
♪"-...me emborracho pa' olvidar
No me gusta andar pensando.
Y da la casualida'
que paso el año olvidando..."♫
Muy bueno Vill.
;) Rapote
En algún sitio leí de una tribu indígena americana que tenía la creencia de que las fotos robaban el alma del retratado. Una curiosa idea.
Este marinero parece que sentía lo contrario, era su alma la robada, y para alguien que sufre el desarraigo de forma tan cotidiana y contundente una muestra gráfica debe ser un auténtico suplicio, un recordatorio palpable de su soledad.
Un beso
Adhiero a comentarios anteriores.
"Como Dios me ha hecho tan sabio/
me dedicarè, sin temores,/
a entrarle fuerte al escabio."
No se rìan, esto es un "Haiku". Un poema japonès de tres lìneas, y diecisèis palabras!!
Dale, vill, mandate uno.
Lindo cuento Vill.
Adhiero al Gaucho, aunque con mesura, jeje.
Gaucho:
Ahí va el mío:
Dejar los vanos recuerdos atrás/
mirando al plácido mar azul,/
esperanza de un nuevo amor latente.
BACI, STEKI.
Querido Vill:
¡Muchos años con aquella foto metida en el bolsillo...! No siempre aparece una segunda oportunidad tras haber dejado pasar la primera, pero nunca es tarde para darse cuenta ni para reparar los daños que produce la soledad.
Me ha encantado el sabor que me ha dejado su relato.
Un abrazo.
Cuando te embarcas, independientemente del medio, siempre afloran los recuerdos.
En ocasiones te ayudan a afrontar la travesía.
I like.
Saludos.
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