domingo, 21 de diciembre de 2008

La hora del perdón

-Hola Luis ¿Fuiste a la oficina?
-Hace tres semanas que no voy, ya sabés. Hoy me sentía un poco mejor.
-Últimamente salís poco...
-Fui a ver a Oscar Kraft.
-Ah... ¿Cuanto tiempo pasó de aquello? ¿Diez, doce años?
-Si, doce, más o menos.
-¿Cómo te recibió? ¿Te trató bien?
-Me hizo esperar cuarenta y cinco minutos. La secretaria dijo que estaba ocupado.
-Podría haberte hecho pasar antes.
-María, tal vez estaba ocupado en serio. Además no todo el mundo tiene por qué saber que tengo cáncer y que me estoy muriendo. Me hubiera gustado incluso que siendo mi mujer nunca te enteraras.
-Voy a hacer de cuenta que no oí eso Luis.
-Lo que pasó cuando trabajaba con él fue por mi culpa.
-No todo. Pero ¿Para qué fuiste?
-Para pedirle perdón.
-Ese impulso tuyo de querer arreglar cuentas con todos ahora…
-Si, siento que tengo que hacerlo. Tal vez sea algo egoísta porque nace a partir de una necesidad mía y no demasiado por lo que pueda haberle pasado al otro.
-Si vas a pedir perdón, no creo te exijan mucho más que las palabras…
- No te burles, es en serio. Por ahí se sintió afectado de alguna manera.
-No me burlo. No creo que le haya importado mucho. Se habrá olvidado pronto después de que renunciaste. El tipo era bastante duro.
-Eso parecía pero sé que no era así. Una vez me dijo… Nada, no importa.
-¿Qué te dijo?
- No tiene importancia.
- Bueno, si empezaste a contarlo, terminá de hacerlo, por favor.
-Me dijo, con esa forma medio solemne que tenía para hablar “Yo a usted lo quiero”.
-Uh. Te iba a hacer la broma respecto a las preferencias del tipo, pero mejor no.
-Mejor no. Te acordás que en ese entonces yo recién estaba empezando en aquella empresa y pensaba que el cargo de gerente me quedaba grande. Acabábamos de resolver un asunto bastante delicado y en uno de los pasillos de la fábrica mientras caminábamos él me dijo eso y después, supongo que para no sentirse incómodo, comentó algo así como que era bueno que el gerente general y el de un área se llevaran bien. Fue raro porque siempre nos tratamos así, de usted.
-¿Y qué le dijiste?
-Nada. Entendí bien lo que significaba eso y no lo iba a arruinar con algún chiste fácil.
-No lo ibas a arruinar porque en ese momento el tipo era como tu viejo.
-Habíamos quedado en que yo me casaba con vos pero no con tu parte de psicóloga ¿No? Pero ahora da igual. El asunto es que después empecé a exigirle cosas que él no tenía que por qué hacer. No por mi causa, por lo menos. ¿A mi qué me importaba que el tipo que hiciera negocios raros con uno del Directorio o que anduviera con la secretaria? Todavía me acuerdo de la foto que él tenía en el escritorio con los tres hijos. En realidad lo de los negocios nunca lo supe con certeza… y además no era cierto.
-¿Cómo que no era cierto? ¿Cómo lo sabés?
-Porque me lo acaba de decir. Los negocios los hacía el Director y él lo ayudaba con los contactos. Pensaba tener un respaldo si las cosas se ponían difíciles.
-¿Te lo dijo él? Fue una especie de confesión. Vaya… Bueno el respaldo no le sirvió, el también se tuvo que ir de allí.
-Creo que lo hizo para que quedara claro que yo estaba equivocado, nada más. -Tal vez. Lo de reprocharle el asunto de la secretaria, ya ves, no estuvo tan mal. Cuando la mujer se enteró no le hizo ninguna gracia. Me la encontré hace unos días, esta sola, según me dijo.
-Pero no era la manera, María. Al fin y al cabo yo no era nadie. Oportunidades para decirle las cosas de otra forma no faltaban. El me contaba mucho. Lo que pasa es que yo era joven o más bien, más inmaduro que ahora.
-Lo decís como si tuvieras setenta años y tenés treinta y ocho. Tiene sentido querer que los padres, reales o no, sean mejores. Vos querías que él fuese mejor.
-Puede ser… pero yo también podría haber sido mejor. Metí la pata muchas veces.
-Ahora me vas a decir que vos y la secretaria esa…
-No.
-Ah.
-Y si hubiera pasado no te lo hubiera contado. Para qué. Pero ese no es el punto. Quise arreglar algo y por eso fui a verlo.
- Yo a vos no tengo nada que reprocharte. Creo que lo sabés.
-Mmm... Una vez me limpié las manos con grasa del auto en las toallas de hilo del baño chiquito.
- Si, ya lo sabía. Las tiré. Las manchas no salieron.
-Nunca me dijiste nada.
-¿Para qué? Recuerdo bien todo lo que había pasado ese día. No te iba a agregar más problemas por unas toallas, por muy bonitas que fueran.
-Gracias mi amor.
-De nada. Bueno y cómo siguió lo de Kraft.
-Después de contarme lo de los negocios de los directores, se levantó a acompañarme a la puerta. Se lo veía cómo abatido o abrumado. No entendí bien.
-¿Pero que te contestó cuando le pediste perdón?
-Que tenía que seguir trabajando. Se levantó y me acompañó a la puerta.

Ella rememoró toda aquella conversación de hacía tres semanas mientras trataba asimilar lo que le había dicho Oscar Kraft allí, en el entierro de Luis.

-La última vez que vino a verme no me animé a decirle que le agradecía muchas cosas que había hecho por mí, María. A pesar de los problemas yo… lo… apreciaba. A la semana de su visita fui a pedirle perdón a mi mujer y… bueno ahora decidimos vernos seguido. Quien sabe.
- Se lo ve muy bien Oscar. Gracias por venir
-No gracias a él. No sabía que estaba enfermo, no me lo dijo… No dejes de llamarme si necesitás algo. Lo que sea.
-Gracias.

Mientras un montón de imágenes y sentimientos encontrados la aturdían, María pensó que Luis no se había equivocado.