-Está bien, no me voy a escapar, y además tenes mi pistola -dijo Garrido, el policía recién desarmado, elevando levemente las manos- a Juan Sosa, uno de los criminales más buscados del país, ex compañero de su brigada. La agitada respiración de ambos hablaba del breve forcejeo por el control de la Glock 9 milímetros que un aparente golpe de suerte había hecho cambiar de manos. El perseguidor ahora era el reo y viceversa.
-Debo estar un poco lento.
-¿Cómo me encontraste?
-Buscando.-Siempre fuiste perseverante. Pero no lo habrás hecho por amor a la justicia ¿O sí?.
-¿Cómo me encontraste?
-Buscando.-Siempre fuiste perseverante. Pero no lo habrás hecho por amor a la justicia ¿O sí?.
-No. Fue por amor al botín. Con los tres millones que te robaste podemos hacer muchas cosas. Además les hiciste creer a todos que yo era tu cómplice y con lo que me toca me voy a dar por bien pago.
-Bueno, tenía que cubrirme. No era mi intención perjudicarte. Vos sabes cómo es esto -dijo Sosa con sorna.
Pero algo estaba mal en lo que terminaba de decirle Garrido y con un leve temblor del arma, lo interrogó: -¿Quiénes son los otros que saben de la plata?
-No pensarás que iba a venir acá sin cubrirme. En lo que no me equivoqué es en asumir que no venías armado a casa de tu novia. Supongo que a ella no le gustará. Consciente de su nerviosismo, Sosa dijo: -Bueno ahora se acabó, no hay caramelito ni final feliz para vos.
-Tan mal no lo hice. Te encontré en la casa de esta novia, aunque también te seguí a lo de la otra.
El otro hombre escuchó ese dato como si le hubieran robado algo del bolsillo y le respondió: -Esto se acaba ahora. No me dejas más remedio que matarte.
-¿Estás seguro que se va a terminar? Los otros te van a buscar. Cuando tengan la plata no vas a valer un centavo.
-Por última vez, Canta quiénes son los otros.
-¿Para qué hablar si me vas a matar igual? Conozco lo que sos capaz de hacer y vine asumiendo el riesgo. Se te ve en la cara que aunque tenes la pistola no estás seguro. Creíste como siempre que tenías todo bajo control. Nadie tiene control todo el tiempo. Viste viejo, algunas veces las cosas se salen de lo previsto y no sabemos lo que puede pasar. Apenas se puede controlar la forma de la propia sombra -Terminó de decir Garrido, como atravesando el suelo con la vista.
-A mi no me vas a hacer entrar en tus jueguitos psicológicos de primer año de la Escuela de Policía.
-Bueno, tenía que cubrirme. No era mi intención perjudicarte. Vos sabes cómo es esto -dijo Sosa con sorna.
Pero algo estaba mal en lo que terminaba de decirle Garrido y con un leve temblor del arma, lo interrogó: -¿Quiénes son los otros que saben de la plata?
-No pensarás que iba a venir acá sin cubrirme. En lo que no me equivoqué es en asumir que no venías armado a casa de tu novia. Supongo que a ella no le gustará. Consciente de su nerviosismo, Sosa dijo: -Bueno ahora se acabó, no hay caramelito ni final feliz para vos.
-Tan mal no lo hice. Te encontré en la casa de esta novia, aunque también te seguí a lo de la otra.
El otro hombre escuchó ese dato como si le hubieran robado algo del bolsillo y le respondió: -Esto se acaba ahora. No me dejas más remedio que matarte.
-¿Estás seguro que se va a terminar? Los otros te van a buscar. Cuando tengan la plata no vas a valer un centavo.
-Por última vez, Canta quiénes son los otros.
-¿Para qué hablar si me vas a matar igual? Conozco lo que sos capaz de hacer y vine asumiendo el riesgo. Se te ve en la cara que aunque tenes la pistola no estás seguro. Creíste como siempre que tenías todo bajo control. Nadie tiene control todo el tiempo. Viste viejo, algunas veces las cosas se salen de lo previsto y no sabemos lo que puede pasar. Apenas se puede controlar la forma de la propia sombra -Terminó de decir Garrido, como atravesando el suelo con la vista.
-A mi no me vas a hacer entrar en tus jueguitos psicológicos de primer año de la Escuela de Policía.
Pero Garrido siguió: -Fue un error ir tan seguido a buscar fondos al escondite. Yo no voy a poder disfrutar del botín, pero vos tampoco.
-¡Vos no sabes dónde está la plata! -dijo amenazante el ladrón.
Pero ese grito, casi una explosión de furia, fue un triunfo para el policía a quien la muerte rondaba, pero no dijo nada, solo hizo una mueca, como una borrosa sonrisa involuntariamente enigmática.
Sosa, apretando bien la mandíbula, continuó -Te jodiste vos mismo. Probablemente seas el único que sepa de mí y de la plata -Mientras hablaba gesticulaba moviendo la pistola.
-Está bien, ganaste ¿Puedo fumar un último cigarrillo?
-¡No! -respondió otra vez con furia el ladrón.
-Bueno, estoy preparado -dijo el policía sin apartar la vista de su pretendido victimario. Sosa, al tacto, comprobó que había quitado los dos seguros y tiró para atrás el martillo de la pistola.
Garrido supo ahora con seguridad que le iba a disparar.
-Lo siento -dijo Sosa apuntado a un lugar exacto del pecho del policía, dando dos pasos hacia atrás y separando las piernas.
Se escuchó un disparo y el fogonazo se reflejó en la habitación. Pero el sonido del disparo no era el esperado. Además Garrido no se había caído y no sólo eso sino que no se le notaba el impacto en el pecho.
Disparó por segunda vez. El hombre que tendría que estar muerto o por lo menos herido, avanzó hacia él. Sosa pudo hacer un tercer disparo pero ya no hubo otro.
El policía, aprovechando la confusión, preparó un rápido gancho derecho al mentón de su adversario como si fuera un boxeador profesional y consiguió derribarlo. Sosa parecía atontado más por la sorpresa que por el golpe y no se movió demasiado.
En el suelo, Garrido lo dio vuelta sin problema y le colocó precintos en las manos detrás de la espalda y en los pies. Luego marcó un número en el celular.
El hombre en el piso, después de maldecidlo, dijo -¡Balas de fogueo!- y no habló más.
-¡Vos no sabes dónde está la plata! -dijo amenazante el ladrón.
Pero ese grito, casi una explosión de furia, fue un triunfo para el policía a quien la muerte rondaba, pero no dijo nada, solo hizo una mueca, como una borrosa sonrisa involuntariamente enigmática.
Sosa, apretando bien la mandíbula, continuó -Te jodiste vos mismo. Probablemente seas el único que sepa de mí y de la plata -Mientras hablaba gesticulaba moviendo la pistola.
-Está bien, ganaste ¿Puedo fumar un último cigarrillo?
-¡No! -respondió otra vez con furia el ladrón.
-Bueno, estoy preparado -dijo el policía sin apartar la vista de su pretendido victimario. Sosa, al tacto, comprobó que había quitado los dos seguros y tiró para atrás el martillo de la pistola.
Garrido supo ahora con seguridad que le iba a disparar.
-Lo siento -dijo Sosa apuntado a un lugar exacto del pecho del policía, dando dos pasos hacia atrás y separando las piernas.
Se escuchó un disparo y el fogonazo se reflejó en la habitación. Pero el sonido del disparo no era el esperado. Además Garrido no se había caído y no sólo eso sino que no se le notaba el impacto en el pecho.
Disparó por segunda vez. El hombre que tendría que estar muerto o por lo menos herido, avanzó hacia él. Sosa pudo hacer un tercer disparo pero ya no hubo otro.
El policía, aprovechando la confusión, preparó un rápido gancho derecho al mentón de su adversario como si fuera un boxeador profesional y consiguió derribarlo. Sosa parecía atontado más por la sorpresa que por el golpe y no se movió demasiado.
En el suelo, Garrido lo dio vuelta sin problema y le colocó precintos en las manos detrás de la espalda y en los pies. Luego marcó un número en el celular.
El hombre en el piso, después de maldecidlo, dijo -¡Balas de fogueo!- y no habló más.
-Te dije que te creía capaz de matarme. No me iba a arriesgar, sabes que tengo familia. Me desarmaste porque quise, así lo tenía pensado. Y no, nadie más sabe de vos ni de la plata.
Poco después, los patrulleros dejaron su huella de luz azul y roja en las paredes de la casa y poco después se llevaban a Sosa.
El policía salió a fumar un cigarrillo a la calle mientras pensaba que había logrado encontrar a aquel hombre tras dos años. Dos largos y pacientes años.
No sabía en donde estaba el dinero, pero el nerviosismo de Sosa le había señalado inequívocamente que estaba en alguno de los pocos lugares que había visitado en la última semana. Para eso había hecho todo ese montaje y había dejado que le quitara pistola. Lo podría haber atrapado fácilmente o aún matado.
Devolvería el dinero si lo encontraba. Siempre había pensado que no podría traspasar la línea de hacer algo como matar sin necesidad o quedarse con algo ajeno.
Recordó con ironía todo lo que había hecho en esos dos años, hasta su entrenamiento con boxeadores y se detuvo ante el pequeño sermón que le había dado a Sosa sobre el control.
En realidad todo eso se lo había dicho a sí mismo. Sabía que su afán de tratar de controlar todo era en el fondo una debilidad, una manifestación de inseguridad, aunque las cosas -esta vez- hubieran salido bien.
Miró como las volutas de humo de su cigarrillo proyectaban sus lentas sombras sobre la pared blanca. Tuvo el impulso de modificar el trayecto errático del humo pero finalmente permaneció inmóvil, observándolo.
Poco después, los patrulleros dejaron su huella de luz azul y roja en las paredes de la casa y poco después se llevaban a Sosa.
El policía salió a fumar un cigarrillo a la calle mientras pensaba que había logrado encontrar a aquel hombre tras dos años. Dos largos y pacientes años.
No sabía en donde estaba el dinero, pero el nerviosismo de Sosa le había señalado inequívocamente que estaba en alguno de los pocos lugares que había visitado en la última semana. Para eso había hecho todo ese montaje y había dejado que le quitara pistola. Lo podría haber atrapado fácilmente o aún matado.
Devolvería el dinero si lo encontraba. Siempre había pensado que no podría traspasar la línea de hacer algo como matar sin necesidad o quedarse con algo ajeno.
Recordó con ironía todo lo que había hecho en esos dos años, hasta su entrenamiento con boxeadores y se detuvo ante el pequeño sermón que le había dado a Sosa sobre el control.
En realidad todo eso se lo había dicho a sí mismo. Sabía que su afán de tratar de controlar todo era en el fondo una debilidad, una manifestación de inseguridad, aunque las cosas -esta vez- hubieran salido bien.
Miró como las volutas de humo de su cigarrillo proyectaban sus lentas sombras sobre la pared blanca. Tuvo el impulso de modificar el trayecto errático del humo pero finalmente permaneció inmóvil, observándolo.