Miró por el ventanal pero no vio el brillo de la costa, ni a las gaviotas. Lo que ese hombre de sienes grises observaba desde el piso 132 de la Torre de la Humanidad, sede del gobierno mundial, eran las nubes oscuras que se acercaban y los aviones de combate que custodiaban a lo lejos aquel conjunto de edificios.

-Sr. Presidente, lo esperan los representantes de la Corporación Minera del Pacífico. Creo haberle avisado que estaba presente el Consejero de Oceanía- dijo una voz que no salía de ninguna parte en especial.
-Cancele todo eso, hágales espacio en la agenda… para mañana… o pasado. Llame al general Schwarz y dígale que pase directamente, por favor.
Luego de 15 minutos de reunión, el general entró al ascensor pálido, lo que contrastaba con su habitual semblante rubicunda.
El presidente del mundo se había sentado en uno de los extremos de la larga mesa de reuniones del Consejo. Se tomó la cabeza y cerró los ojos.
Mientras le latían las venas de la frente recordó destellos de la carrera que lo había llevado allí: la sanción de la Constitución Mundial del 2121, en la cual había participado como redactor; su elección como Presidente en el 2130; la reforma que había propiciado para darle más ejecutividad al gobierno y la prórroga del mandato del Presidente por tiempo indefinido. Eso lo había beneficiado. Pero enseguida se corrigió y pensó que eso había beneficiado al mundo en su conjunto.
La centralización en las decisiones en él, había acelerado considerablemente la solución de algunos problemas. Había sofocado las revueltas políticas, raciales y religiosas mediante todos los medios a su disposición. Todos. La paz general estaba por encima de circunstancias y aún de personas individuales. Y lo había logrado.
Muchos gozaban de prosperidad. Unos más que otros. Eso sería siempre así pensó, mientras firmaba con su pluma de platino un montón de decretos ahora innecesarios. De todas formas –se dijo- con que una sola persona estuviera en mejor situación que antes de la reforma, ya habría habido un avance. Para eso había querido el poder y había hecho todo lo que estaba a su alcance para lograrlo. Algunos pensaban que era un tirano. No comprendían que lo que importaba eran los objetivos. Lo demás era secundario. La Humanidad debía sobrevivir al hombre.
Ahí afuera estaban los representantes de las compañías mineras que querían un aumento de regalías de explotación del 0,6%. Eso significaría un encarecimiento de un 5,1% en el precio de los alimentos alrededor del mundo. Fundamentalmente alteraría el Bienestar, una de las premisas que había jurado defender al asumir su cargo. Cientos de millones de personas pasarían a ser más pobres con una simple decisión suya. Podría conceder el aumento o ser generoso y darles el 0,8% porque ahora todo daba lo mismo.
Un vaso de jugo de naranjas estaba intacto a su lado. Ya no recordaba que se lo habían servido unos minutos antes, cuando había elegido entre veinticuatro clases de jugos de fruta del mundo.
Pensó en lo que había dejado para estar allí. El gobierno del mundo lo exigía todo. No tenía mujer, ni hijos, más allá de alguna relación temporal como la que ahora mantenía con la Comisionada de Comercio. Atractiva, pero demasiado calculadora. Tal vez por eso la consideraba un sofisticado y peligroso entretenimiento.
En la mesa tenía las proyecciones de producción de oro del próximo mes y el informe secreto del agotamiento de la última mina de uranio en Namibia.
Se levantó y fue hacia su escritorio. Allí estaba el maletín acerado con el escudo del gobierno: cinco brazos entrelazados, que representaban a los continentes, con una paloma blanca en el centro. Pasó su mano por la esquina acerada pero la apartó ante la sensación rugosa y fría del metal.
Desde lo alto contempló un mundo sin posibilidades de producir energía. En un mes se paralizaría la industria y el comercio. El pánico de apoderaría de las ciudades y millones morirían de hambre o de miedo. El Bienestar es algo a lo que nadie renuncia voluntariamente una vez probado. Ya no podía garantizar lo que todos querían.
Bastante sufrimiento había habido en los últimos tiempos con las catástrofes naturales, las que probablemente fueran amplificadas por los conglomerados mediáticos, más allá de algún dato más o menos inquietante.
En el horizonte, ya muy oscuro, un barco se alejaba de aquella isla fortificada ¿De qué le serviría ahora su carga o su rumbo?
Había especulado con las fuentes alternativas de energía que -si bien habían progresado- no alcanzaban a cubrir las crecientes necesidades actuales. Había mantenido todo en secreto, solamente él y dos o tres personas de su confianza sabían lo del uranio. Había neutralizado las filtraciones en la prensa y en las redes. Ya tenía experiencia en esas neutralizaciones. Hace poco había dejado sin posibilidad de sustento económico a los fundamentalistas religiosos. Esos incultos que lo despreciaban por oponerse a sus creencias. No los odiaba, simplemente nunca había creído en ellos ni en sus ideas. Eran un obstáculo al Progreso. En los últimos meses se habían mostrado inusitadamente activos, según los informes de inteligencia. Parecían incluso haber ganado algunos adeptos.
La lluvia había empezado a empapar los vidrios exteriores. Inexplicable en aquella época del año. La falta de luz fue compensada por los sistemas y notó que el flujo de aire parecía más cálido, tal vez para compensar el frío que vino con la oscuridad.
Pensó en los niños de la India que se bañaban despreocupados en el Ganges y sintió pena por ellos. También se representó a los de la ciudad de Rosinha, vecina a Río de Janeiro, jugando al fútbol sin saber lo que sucedería. No podía permitir que sufrieran y no lo haría.
Mucha gente había perdido la capacidad de soportar el dolor. El no iba a ser el espectador ni responsable del recomienzo de esos padecimientos. Nadie podría culparlo por evitar lo que de otra forma sería irremediable.
Un relámpago iluminó toda la estancia y fue cegado por su resplandor.
Un llamado de su asistente lo hizo reaccionar.
-No estoy para nadie… por el resto del día.
-Pero señor Presidente… el representante de…
-No estoy para nadie.
Se acercó a su escritorio y tomó el maletín metálico. Lo abrió y contemplo lo que sería el destino inmediato de los hombres que orgullosamente él forjaría.
Introdujo las series de números: cuatro, cero, uno. Luego cero, cero, tres y finalmente dos, cero, cuatro. Con una sonrisa triunfal dio vueltas a la llave, presionando luego el botón rojo.
Alrededor del mundo todos los misiles atómicos fueron disparados.
Sin que fuera algo planeado, la primera bomba explotó en aquella isla. El fuego nuclear vaporizó los cristales que acababan de explotar junto al Presidente del mundo, cuyo último pensamiento fue que, por su causa, los niños de la India y de Brasil estaban dejando finalmente de sufrir.
9 comentarios:
Muy bueno, realmente... esperemos que NO sea profético...
es el fin del mundo mas optimista q leido en mi vida!!!
ojo! lo digo por la parte d que se alcanzó el bienestar general!!
jeje
Impresionante. Lo imprimí para poder leerlo tranquilamente después, y me dejó fascinado, Vill. Philp Dick te habría invitado a un café, seguro. Felicitaciones.
Me estoy yendo a laburar así que esta noche vuelvo con vino en mano para disfrutar de la lectura. Lo tuyo no se merece leer apurada.
Feliz domingo!
BACI, STEKI.
Gracias a todos.
los que hayan leído a H. R. Benson en uno de sus libros, encontrará alguna similitud pero la perspectiva y la motivación del personaje son distintas.
Bien, de vuelta por acá. Un abrazo !
Muy bueno, Vill, y demoledor. Uno no sabe qué pensar al final, si es más dura la destrucción o la mala vida. Yo no sabría qué elegir, porque la esperanza está tan arraigada en el instinto natural de la vida que apostaría por lo segundo. Pero este mundo es tremendamente injusto y es posible que sólo la idea de hacer recaer la responsabilidad en una sola persona, aunque con buena voluntad y buen corazón, es peligroso.
Un beso, Vill
Ja, muy bueno Vill. Lindo modo de terminar con el sufrimiento ajeno.
Y con el propio, claro está.
Un saludo.
Querido Vill:
Es una utopía conseguir la paz mundial bajo el mandato de un presidente universal, pero me encantan las utopías...Y es patente la gran generosidad del hombre que gobierna el mundo. Prefiere la destrucción antes de ver sufrir a los niños del planeta.
En la realidad, ¿A qué presidente le importa el sufrimiento ajeno más allá de sus propios intereses?
Excelente.
Un abrazo.
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