viernes, 4 de septiembre de 2009

Segundas oportunidades.

Esto fue escrito para el taller literario de María C. La consigna era utilizar las palabras o frases que se enumeran a continuación:

aislado
tributo
Santa Rosa
treinta indígenas
histórica victoria
segunda oportunidad
proyecto
tensión a la sombra
televisión
una pareja
No tienes más invitaciones

Aquí va lo que salió.
Segundas oportunidades

El taxi daba vueltas en ese pueblo ficticio llamado “Las casitas” que no era otra cosa que un barrio aislado de la ciudad de Río Gallegos. Aislado a modo de tributo a la ceguera que consiste en quitar del medio lo que no se quiere ver. Los prostíbulos están prohibidos, pero no las “whiskerías”. Rodrigo Ferrero nunca encontró la diferencia entre esos dos términos. Como cuando en Santa Rosa, La Pampa, había rescatado a esas pobres treinta indígenas paraguayas que -según el que las transportaba- iban a cuidar chicos en los campos de la zona.

Aquellos hombres terminaron sin condena porque no se pudo demostrar que efectivamente las iban a hacer trabajar, pero no precisamente como niñeras.
El conductor miró por el espejo cuando, el policía se despachó con una carcajada. Su jefe le había hablado de una histórica victoria contra la trata de blancas. Nunca comprobó los rumores de que el tipo también estaba metido en el negocio, o que recibía su parte, que se callaba, o que no hacía nada: lo que para el caso y a su modo de ver, era lo mismo. Como premio, unos días después, le habían dado dos balazos. Pero la vida le había dado una segunda oportunidad porque el plomo apenas si había rozado el corazón. La otra bala en la pierna le había provocado esa pequeño rengueo que ya casi ni se notaba y mucho dolor. Dolor también por el proyecto trunco de ser entrenador de boxeo en la escuela de Policía que su maldita pierna le impidió realizar. O la maldita bala.
Le indicó al conductor -que ya se había dado cuenta de que él era policía- que diera otra vuelta por entre esas casas con vidrieras enormes y luces rojas. Y él se había dado cuenta de que el tipo tenía miedo. Mejor así.
Hacía frío. Debía de hacer diez grados bajo cero. Las chicas se paseaban con esos tapados negros y largos con muy poca ropa debajo. Tenía que esperar, recién eran las once.
El chofer no podía disimular la tensión a la sombra de la pared trasera del local en la que lo hacían esperar con el motor apagado.
-Toma lo tuyo. Volvete a Río Gallegos. No me conoces. Nunca me viste. ¿Está Claro? –le dijo al chofer. El hombre no le contestó. Ferrero estaba seguro de que le había quedado todo más que claro. Luego prendió un cigarrillo. Realmente hacía mucho frío. Entró tratando de parecer un cliente más. Seguramente no lo conseguiría. No había bajado de un auto caro ni usaba un reloj de oro. Tampoco invitaría tragos.
Cerca de la barra había una televisión muda que nadie miraba. Una pareja reía: forzadamente ella y alcohólicamente él.
Se acercó a la barra, pidió un whisky de los baratos con soda. Era horrible. Sobre todo porque ya no tomaba. Tampoco es que fuera un alcohólico. Eso le recordó por un instante que Laura ya no estaba. Rápidamente pensó en otra cosa. Hacía calor. Había mucho humo en el aire y ese olor rancio de la adrenalina mezclado con otras cosas que allí nadie se ocupaba en disimular.
También vio un escenario, un micrófono y un aparato que parecía de los de karaoke. ¿Alguien usará esto aquí? – se preguntó.
Preparó el número en el celular pero no hizo ninguna llamada. Le dijo al de la barra –Estoy buscando algo distinto.
-¿Usted no es de por aquí verdad? –Y recibió como respuesta un “No” y seguidamente un “Buenos Aires”.
-Bueno, hay chicas de Perú, de Paraguay... Mientras lo escuchaba vio una mujer muy alta y rubia, con el pelo recogido y que estaba de espaldas, sentada en una zona oscura. Se la señaló al cantinero.
-No, esa es Tatiana, pero ella no trabaja, es decir, ella solamente canta.
-Ah ¿Y qué canta?
-Ya va a ver. Por ahí usted tiene suerte con ella… quién sabe. El cantinero le hizo una seña y la mujer, subió al escenario. Pulsó un botón en el aparato de música y comenzó a cantar.
El viejo policía no pudo quitar la vista de los ojos grandes y azules de la mujer que cantaba en un idioma que no conocía, algo que parecía de amor, pero también triste.
Le dio un poco de rabia que nadie le prestara demasiada atención. Cuando terminó, la mujer se acercó a la barra y le pidió al barman un vaso de agua. El policía no podía quitarle los ojos de encima a aquellos otros, como no los había visto nunca. La mujer lo notó y apartó los suyos como hacía siempre con los clientes del lugar pero eso duró muy poco porque aquella mirada no era como las que allí había conocido.
-Muy bueno lo que cantó, aunque debo reconocer que no entendí ni una palabra -dijo Ferrero.
-Es ucraniano -dijo ella con una media sonrisa- La canción se llama “Lo que tenemos que olvidar”.
-Olvidar –dijo el policía sin dejar de mirarla y siguió -¿Por qué aquí?
Cualquiera que los hubiera escuchado hubiera jurado que esa conversación había comenzado bastante tiempo antes.
-Vine en un barco. Hace años. Siempre canté –respondió ella.
-¿Vino sola desde tan lejos? –La mujer asintió pero se detuvo y no siguió hablando ese castellano recientemente aprendido. El policía entendió y no le preguntó nada más. Pero ambos se seguían mirando como si no pudieran dejar de hacerlo.
Ferrero pensó que tenía que seguir con lo que lo había llevado hasta allí. Pulsó el botón de enviar y el teléfono hizo la llamada que había premarcado. No habló y cortó.
Cinco minutos después las luces rojas del local se confundieron con las azules que proyectaban por los ventanales los autos de la policía.
Los federales entraron, pidieron los papeles de todos. Siete menores extranjeras fueron sacadas de allí, entre otras mujeres. Que algunas fueran extranjeras era la excusa para que ellos estuvieran en ese lugar. Más tarde habría revuelo en la ciudad y mucha gente poderosa se pondría nerviosa. Harían llamados, pero eso no importaba ahora.
Otro policía le dijo a Ferrero -¿A ella también la llevamos?
-No, ella es cantante aquí. El otro hombre empezaba a dibujar una sonrisa pero la mirada de Ferrero provocó una mueca inconclusa.
Cuando terminó de entregar citaciones y acabaron las detenciones Tatiana dijo: ¿No tienes más invitaciones? El hombre confundido le preguntó ¿Invitaciones…?
-Quiero decir, citaciones.
¿Para usted? No, no ¿La acerco a algún lado o…?
-Vivo en la ciudad. Puedo llamar un taxi…
-No hay problema, la acerco.
Siguieron mirándose.
Al otro día también.
Ella no volvió a Ucrania y él olvidó el boxeo.

6 comentarios:

Mona Loca dijo...

Le dejé mi comentario allá.

Porque lo leí primero allá.

besos

El Gaucho Santillán dijo...

Està muy bien. Y tiene final feliz!!!

Te estàs ablandando Vill.

Makiavelo dijo...

Esta clase de antros son bien conocidos por todos, pero nadie habla. Sölo cuando se producen las redadas el personal se escandaliza.

En todas partes cuecen habas.

Saludos.

PatricioUPMA dijo...

Che, no te jode si comento allá --->, no?

Mª Antonia dijo...

Querido Vill:
Me gusta mucho el argumento de esta historia por el optimismo final que aporta dentro de un escenario desgraciado. En realidad la vida siempre nos ofrece "segundas oportunidades" que no sabemos o no podemos aprovechar y las dejamos escapar consciente o inconscientemente.

Un abrazo.

Zippo dijo...

Amigo Vill: dejé el comentario allá, pero vos que sabés , podés traerlo acá. O sea. Ya sabés lo que opino.