
En el cinturón de él se notaba la cuarenta y cinco milímetros. En el de ella no.
El conductor permaneció en el auto y le dio un vistazo a su reloj. Las once y treinta y cinco. Lunes de mucho tránsito. Deberían haber elegido otro día. Los lunes eran los peores en ese pueblo habitualmente parsimonioso. Especialmente agitado parecía esa mañana soleada de primavera de 1968. La gente usaba el auto para hacer las compras o trámites, pudiendo caminar las, como máximo, dos cuadras, que los separaban de sus nada agitados destinos. Cuatro autos dando vueltas alrededor de la plaza. Era demasiado.
-Hola -saludó una chiquita rubia de no más de diez años, que lo vio allí sentado al volante, con un cigarrillo sin prender en la boca.
-Que tal preciosa, ¿Cómo estás? Ella tenía un vestido rosa pálido a cuadros. Los breteles con volados no dejaban ver sus hombros. Cargaba una bolsa pequeña, también rosa, como una cartera de mujer pero que parecía de juguete.
-Bien ¿También esperás a tu mamá que está en el banco?
-No, yo espero a mi novia -Revolvió en el bolsillo, tenía tres caramelos ácidos frutales, mezclados entre las balas sueltas.
-¿Querés un caramelo?
-Bueno, yo te puedo convidar con galletitas de las que hace mi mamá ¿Te gustan las galletitas con forma de animales?
-Si –le contestó, extendiendo la mano, no sin antes dejar el cigarrillo que había tenido en la boca, soltándolo arriba del asiento donde reposaba su escopeta Remington recortada.
Miró su reloj, Las once y treinta y ocho. La galleta con forma de jirafa estaba buena.
-¿Sabés que después de acá mi mamá me va a llevar a la plaza y vamos con monedas para la fuente de la fortuna?
-¡Ah! ¿Llevarías ésta por mí?
¡Si! Pero me tenés que contar un deseo, sino no vale…
Solo él entendió los tres disparos, deformados por la distancia y los vidrios del banco. Los dos primeros seguidos y el otro unos segundos después. Era la inconfundible marca de ella. El primero para inmovilizar, el segundo para derribar y el tercero para rematar.
-Si, mi deseo es que en el próximo pueblo encontremos el banco de la provincia abierto.
-Bueno, me voy a acordar.
-¿Me convidás otra galleta de animales?
-Solo me quedan dos jirafas y un elefante. ¿Te gustan los elefantes?
El miraba sorprendido la desenvoltura de esa chiquita, que bien podría pasar por hija suya -¿Si elijo el elefante, no te enojás?
-No, mi mamá me enseñó que siempre tengo que darle lo mejor al que me lo pide, pero a veces no me sale… Ahora por ejemplo.
-Bueno, entonces creo que quiero la jirafa. Las once y cuarenta –dijo en voz alta mirando nuevamente el reloj pulsera.
-¿Estás apurado? -lo interrogó ella.
-Si, ya me tengo que ir. ¿Sabías que sos muy simpática?
-Ahora si que te voy a dar la jirafa, me parece –dijo ella coqueta. Extendió la mano y le dio la galleta.
-Bueno, gracias, le respondió él de una manera naturalmente amable y agregó ¿Antes de irte, no me darías la mano?
-Claro –dijo ella. Él no pudo dejar de apreciar la calidez y suavidad de esa mano que contrastó con la tosquedad y rudeza de la suya. Y así se despidieron.
-Vio a la chiquita caminar los pasos que la separaban del banco, muy concentrada en desenvolver el caramelo ácido de naranja que le había dado. A mitad de camino se cruzó con el hombre y la mujer que salían de allí a paso vivo, ambos con el arma en la mano derecha y con abultadas bolsas en la otra, pero no se vieron.
Los dos subieron al auto. La mujer soltó las bolsas en el asiento de atrás, al lado del otro hombre que se había sentado allí con mirada bovina.
-Estamos en hora. Vamos al otro pueblo ¿Tuviste problemas? –dijo él arrancando el auto.
-Un guardia viejo pero inexperto. Nada de cuidado, ya no se va a equivocar nunca más.
-¿Cuánto nos llevamos esta vez?
-No sé, bastante. Ya lo contaremos.
En el camino ella notó que su novio lagrimeaba y le preguntó -¿Te pasa algo mi amor?
-No, nada. Es que mientras esperaba, una nenita ¡Qué linda era! Me dijo que iba a soltar una moneda en la fuente de la plaza pidiendo un deseo por mí. Le dije que quería encontrar el próximo banco abierto.
-Ay, que dulzura de chiquita.
-Si viste, me conmovió -le respondió él, secándose las lágrimas con la manga de la camisa mientras manejaba hasta el pueblo vecino, en donde iba a encontrar al banco provincial abierto.
13 comentarios:
Muy bueno Vill. Me parecìa que la madre que estaba en el Banco, estaba por morir. Por suerte no.
Saludos
Querido Vill:
Su relato tiene el encanto de mantenernos en vilo hasta el final.
Gaucho creyó que iba a morir la madre y yo pensé que moriría la niña fortuitamente.
Gracias por contarnos cuentos al anochecer.
Y me conmovió más que el anterior, nomás!!
Muy eficaz la descripción de personajes, Vill. Es, creo, el TODO del cuento.
Saludos!
Bien Vill: Un cuento lleno de contrastes. Me gustó.
Un saludo,
Delincuentes llenos de sentimientos... ¿Por qué no?
jajaja cada uno vio algo diferente,yo me imaginé que la atropellaban a a la nena...
escuchando 06 - Tube Snake Boogie\ZZ Top - Harley Davidson 90th Anniversary Party_1993\CD 2
Manejas la trama con una naturalidad y una impronta muy propias de la novela negra. Me encanta el género, y es difícil llevarlo a buen término sin caer en los falsos cierres, en esas aristas que destrozan la narración.
Un buenísimo relato, con su tiempo adecuado, su intriga, y hasta su punto de sensibilidad (paradójico en un tipo que se muestra tan imperturbable con la muerte).
Un placer andar por aquí Vill (espero tener tiempo pronto para leer tu novela).
Saludos
Vill, muy bueno. Hasta los malos tienen su corazoncito. La nena supo como ablandarlo.
Saludos.
Bien ese final.
¿Habrán llegado al otro banco? :)
Saludos
excelente y extraño cuento. Me gusta, especialmente el diálogo. Hasta me los imaginé. Besos.
Bueno, cada uno se imaginó algo distinto.
A mí me hizo acordar a una historia real que contó Eros el otro día pero con un niño que ni te cuento! Un h de p, jaja!
Hasta el más guacho tiene sentimientos, a veces.
A otros les falta la inteligencia emocional.
Muy bueno el cuento, che, me dejaste con la intriga hasta el final.
Feliz domingo para la juventud!
BACI, STEKI.
A medida que se desarrolla el relato, uno presiente que alguien va a morir, pero no, el Vill le da un giro a toda la historia y termina siendo algo enternecedor.
Muy buen manejo, un verdadero placer, señor escritor.
Yo pensé que el tipo se distraía con la nena y por eso los agarraban!!!
qué bueno cuando pasa esto de que todos imaginamos algo distinto y encima, distinto del autor!!!
Bien, Vill!
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